EL MATRIMONIO SIN AMOR ENTRE CHINA Y RUSIA



La reciente visita de Xi Jinping a su homólogo Putin entraña una estampa agridulce en un contexto internacional revuelto y de múltiples luchas fraccionarias. Las relaciones bilaterales entre ambas potencias generan una fuerte controversia por una simple cuestión de juego de liderazgos, donde la alianza entre Pekín y el Kremlin está sujeta a un enemigo común, que es EEUU. Así se concreta este matrimonio sin amor entre las dos fuerzas autoritarias que, unidos bajo los intereses de cada parte y un adversario compartido, buscan mantener su status quo intacto a la vez que asegurar ciertas ganancias de poder relativas. 

La Guerra Fría dejaba atrás el gran conflicto entre las dos potencias hegemónicas como centros de poder mundial, en un contexto en el que se acataban órdenes rusas o americanas. Lo que comenzó simulando ser la victoria occidental, ayudada de la globalización y la apertura de los sistemas políticos, se tornó varias décadas después hacia una un aumento del poder por parte del Extremo Oriente en un terreno en el que hasta entonces lideraba el rival. Esto, llevaba a China a desplegarse de forma desenfrenada, con una Rusia ya colapsada con el fin de la Unión Soviética. Pero, el tiempo y los nuevos retos a los que la política internacional se ha visto abocada son reflejo de las alianzas que se han ido consolidando (y también, debilitando), donde Pekín y el Kremlin han encontrado puntos comunes sobre los que establecer un vínculo estratégico. Sin embargo, a pesar de que actualmente entre ambas potencias exista una “amistad”, la enemistad y desconfianza han primado a lo largo de la historia, tanto por disputas territoriales, como sobre la Siberia Oriental o tensiones de la misma Guerra Fría, como por la postura neutral que adoptan en conflictos que conciernen a uno u otro, o las claras relaciones internacionales con profundos adversarios de una de las partes -Rusia con India o China con Europa-.

Con esto, que por la exposición de los hechos indicaría una clara enemistad, no se ha conformado sino una alianza estratégica que toca la vertiente política, económica y militar. Lo que comenzó con un acuerdo de suministro de petróleo ruso a China tiene como objetivo final contrarrestar el peso de los Estados Unidos, a la vez que obtener de esta relación una fórmula de protección propia. China se fija en Rusia por su gran potencial militar superior, especialmente en relación con el estadounidense, por lo que frente a una enemistad que generaría perjuicios a todos los niveles se ve positivo una alianza como respuesta a un equilibrio de poder mundial.


Ahora, en pleno conflicto avanzado entre Rusia y Ucrania, el panorama de las alianzas se ha tambaleado hasta el punto de hacer peligrar el asumido órden internacional. La visita del líder autoritario chino a Putin parece dar paso a una diplomacia servida por regímenes dictatoriales, que son los mismos que se presentan al mundo como los encargados de decidir el camino del mismo. Al mismo tiempo que muestran complicidad para plasmar acuerdos en áreas comerciales, Pekín se esfuerza en venderse como un actor neutral en la guerra con Ucrania. De esta forma, su intención no es forzar a Putin de que dé fin a sus hostilidades contra los ucranianos y se siente a negociar, pero parece que Xi Jinping busca crear una idea hacia la mirada internacional de que él es capaz de invitar a la reflexión rusa. Ésto lo hace a la vez que evita actuar de forma explícita como aliado de Rusia, pues en juego están las sanciones occidentales con las que el flujo comercial puede peligrar. En suma, estos gestos se enmarcan dentro de la lógica del soft power, de forma que China aparece como máximo representante de la influencia indirecta y, aparentemente, no militar, de cara al mundo. De la recomendación china al Kremlin para poder fin al conflicto -donde no se alude de forma directa a las culpas-, el presidente ruso encuentra alguna conexión con las intenciones rusas y, manteniendo su visión personal, no descarta tener en cuenta ciertas disposiciones de acuerdos de paz cuando “Occidente y Kiev” estén preparados para ello.


En esta marabunta de apegos a medias, los acercamientos entre las potencias china y rusa son la propaganda perfecta para ambas que, capaces de sobrepasar las normas y reglas internacionales, tratan de blanquear su imagen como meros actores internacionales que actúan en función de su propia perspectiva de la justica, y reflejarse con capacidad plena de establecer lazos con otros territorios (a pesar de que las posiciones no se dan por convicción sino por imparcialidad). China ha asumido su papel mudable en el ámbito de la seguridad mundial, de modo que según le interese se puede presentar como un actor indispensable para proponer negociaciones, o bien lanzar su mano para establecer cuánta relación considere y con quién desee. El destino no es sino una pura cuestión de equilibrios de poder.  


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